Los Mitos

Si viene un mensajero del Satán que deseara persuadir a un grupo de judíos de que cambien su forma de ser y que, por ejemplo, los exhortaria en el próximo Ióm Kipur a que se reúnan en algún lugar para comer un asado y que cada uno de estos miembros del grupo proclame en público, en voz alta y con convicción: ' yo no quiero ser más judío ', seguramente fracasaría en su objetivo.
Es interesante entonces detenerse en esta situación de rechazo frente a quien -hipotéticamente- vive en una dirección contraria a la identidad judía.
Esto lo he planteado en alguna ocasión ante un grupo de personas de este tipo que me escuchaban y todas rechazaban de plano semejante proposición.

Un amigo incómodo

Les puse entonces un ejemplo aun más incómodo: supongamos que viene a nosotros un amigo nuestro que no veíamos desde hace mucho tiempo, dado que vive en Europa.

Digamos que se queda por poco tiempo y nos invita a comer, justo para el día de Iom Kipur.

Rechazamos igualmente tal invitación. Y este amigo nos incomoda con sus preguntas: ¿por qué no este día? ¿qué tiene de especial?, ¿por qué es tan importante?

Respondemos que es un día sagrado. Pero pronto vemos que hay más que eso: sentimos que nuestra identidad judía está en juego. Y que no la queremos perder, no nos interesa cambiar.
Así, investigando y profundizando cada vez un poco más en nosotros mismos, nuestras respuestas van a ser un poco más definidas. Primero dijimos que temíamos la irreverencia por tratarse de un día sagrado; luego, tal vez, que por una tradición que tenemos y por un mensaje transmitido por nuestros antepasados que no estamos dispuestos a romper.
Si seguimos una línea de aproximación para justificar nuestro comportamiento, diremos que se trata de un sentimiento judío que no podemos dejar de lado.
Hasta que llegaremos a hablar incluso de los principios judíos. Para complicar el panorama, digamos que, nuestro ocasional y molesto amigo puede entonces expresar que lo que nos debiera interesar son nuestros sentimientos y no la tradición.

¿Por qué entonces guiarnos meramente por respetar prohibiciones? Sin embargo, nos obstinamos en que ese día debemos respetar la Torá y la tradición, o bien obedecer a D"s que nos dijo que eso no lo podemos hacer; y no guiarnos meramente por los sentimientos.
Sean cuales fueren las razones, algunas de las cuales son las que muchos participantes de mis seminarios me han dado ante mi pregunta, lo cierto es que todos ellos se niegan a abandonar su identidad judía.

Cuando funciona la alarma

Nosotros queremos seguir con nuestra identidad y nos alarmamos cuando nos hacen una propuesta así, de renegar de nuestros raíces, tradiciones y sentimientos. La pregunta es por qué nos asusta ante esta indigna propuesta pero no tenemos, en cambio, idéntica reacción ante otras paulatinas formas de desobediencia a nuestra identidad. Está muy bien que tomemos esa ley, costumbre o tradición de ayunar en Iom Kipur, de modo que nada ni nadie nos la haga abandonar, bajo ningún concepto.

No comer en Iom Kipur es una tradición, una costumbre y una misva que tiene el Pueblo Judío. No estamos dispuestos a abandonar nuestra identidad, a abandonar nuestro judaísmo, porque sentimos que es parte de nuestro ser, somos parte de una cadena transgeneracional. Así lo sentimos y así lo creemos.
Pero lo que es importante en esta reflexión es que, para nosotros el ser judío no debe implicar solamente no comer en Iom Kipur. Sino que debe ser parte de un conjunto de otras costumbres, que muchos de los que se niegan a la propuesta de ese amigo del ejemplo, han olvidado.

¿Qué diferencia hay entre el día del Kipur y el resto de las celebraciones judías? Somos judíos en este día, eso está muy bien ... ¿y lo demás no existe? Acaso nos olvidamos que en la Torá está escrito que ser judío no es solamente no comer en Kipur o no comer jamón. Y ese amigo del ejemplo, puede incluso enrostrarnos: "Tu actitud me refleja hipocresía. ¿Por qué te olvidás -o hacés que no sabés nada- del resto de los preceptos y las obligaciones que tiene un judío por ser judío?". Nos topamos entonces frente a un dilema, que hace a nuestra propia identidad.

Cómo le contestaríamos a ese amigo que descubre en nosotros esta contradicción; y que nos puede llegar a enumerar un sinfín de fundamentos básicos del judaísmo, a los que nosotros no les prestamos siquiera atención.

Los preceptos

La Torá nos habla de la Misvá del respeto a los padres y a a la esposa. A ella tenemos que tratar de brindarle felicidad, respeto y honor. También nos dice que debemos ser honestos en el trabajo, que no debemos robar o que está prohibida la usura cuando se hacen préstamos a quien tiene necesidad de subsistencia. Y nos prescribe asimismo que tenemos que descansar en día sábado. O que debemos respetar las leyes de pureza familiar, no comer determinados alimentos en Pésaj o que en Sucot solo debemos comer en la sucá.
Ese hipotético amigo del ejemplo, puede plantearnos: " Entonces ... ¿que me venís ahora con tu sagrado respeto al Iom Kipur si hacés caso omiso del resto de los principios y mitzvot?".

El valor de la convicción

Lo cierto es que después del desconcierto en que a muchos ha de sumir ese planteo, descubrimos que más allá de nuestras contradicciones, poseemos una íntima convicción: tenemos una muy profunda identidad judía.
Estamos muy convencidos de lo que somos. Sabemos bien quiénes somos y no estamos dispuestos a abandonar esta identidad. Tenemos una gran fe y una gran fuerza espiritual dentro nuestro. Pero tenemos contradicciones de las que fuerza tener que ocuparse.
Pero ... hay un problema, que no hemos sabido hasta aquí juntar distintas posiciones nuestras, que se hallan como si fuesen dispersos fragmentos que no coinciden. Esa es nuestra contradicción: tenemos en nosotros un judaísmo más latente y en potencia que efectivo y real.

Los fragmentos de la identidad

Se trata, por lo tanto, de transformar esa potencia en efectividad, en práctica. Por ello queremos aquí abordar el tema de los motivos que en el mundo de hoy no nos dejan ser realmente judíos en un cien por ciento.
Ser judío implica muchas acciones , y no solamente algunas determinadas. Hay gente, por ejemplo, que come en Iom Kipur. Pero considera que el judaísmo consiste en ayudar al prójimo, cosa que hace porque lo siente como obligación de su 'ser judío'. Y se siente judío. Lo cierto es que en éste como en los otros ejemplos, lo que se aprecia es que ese sentirse judíos y esa identidad judía, se hallan siempre en términos parciales. La cuestión es que no se puede ser judío 'a medias'.

Así como el buen médico tiene que practicar la medicina total y tratar de curar a todos los pacientes, en cualquier actividad no basta con poseer algo en potencia -como tener el título de médico, abogado, arquitecto- y sólo ejercerlo realmente la mitad o un diez por ciento. Si uno quiere ser algo tiene que ser algo con todas las letras. Y este razonamiento no es sólo válido para el hacer, también para el ser. Una identidad debe conformarse; y no meramente componerse de fragamentos dispersos.

Después de los atentados

Entonces la cuestión es por qué sólo somos en parte y no totalmente judíos. Muchas veces para descubrir que somos cien por ciento judíos, tienen que acaecer sucesos trágicos para nuestro pueblo. En la Argentina tenemos el caso de los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA, donde se nos removieron nuestros corazones. A todo el mundo afectó, pero a los judíos -de cualquier latitud- nos tocó más que a nadie. ¿De dónde viene eso? Eso es una identidad judía que llevamos muy dentro nuestro. Pese a que en la rutina de la vida diaria, en la realidad de todos los días, no llevemos una práctica consecuente con ella.
Nos preguntamos entonces, por qué se desintegra así, por qué abandonamos nuestra identidad si realmente la sentimos ... ¿estamos actuando falsamente con nosotros mismos? Sin darnos cuenta, ¿nos estamos engañando a nosotros mismos, decimos que somos algo y realmente no lo somos?

El autoengaño

Los días pasan, la vida pasa y vivimos engañados por nosotros mismos. Hay gente que se murió por no comer en Iom Kipur, pero hizo mal. Según la ley judía, la persona que está enferma y tiene que comer para vivir, debe comer aun en Iom Kipur. Pero su identidad tan profunda -junto a un desconocimiento de la ley- los llevó en esos casos a arriesgar su propia vida.

Pero el desconocimiento de muchos aspectos esenciales del judaísmo, lleva a mucha otra gente a vivir autoengañada. Así, hay quienes usan peot (patillas) y barba, pero cometen otros pecados. Hay gente muy respetuosa de las celebraciones judías, pero que no cumple honestamente en la actividad comercial o en sus negocios.

Pero aun sin entrar en aquellos casos de comportamientos condenables, pasa que con las celebraciones o las mitzvot, están quienes cumplen algunas y quienes, otras. Están quienes respetan el shabat pero no se pone tefilin (filacterias). O los que sí se ponen tefilin pero comen pan en Pésaj. Algunos preservan la comida kasher en su casa, pero fuera de casa, no. ¿Qué son estas cosas? ¿Es una elección del judaísmo?

Ser judío es una totalidad. Por ello hay que indagar cuáles son los motivos del propio autoengaño. Debemos tener el coraje de asumir nuestra propia identidad. Es una pregunta que se hicieron los judíos a lo largo de toda la historia.

Ocho respuestas

Hace más de 1500 años había un Gran Rabino que se llamaba Rabí Seadia Gaón -anterior a Maimónides; fue el primer Gaón. El Gaón es el rabino postalmúdico. Después de los rabinos que conformaron el Talmud, aparecieron los geoním -plural de Gaón.

Este rabí fue uno de los más relevantes de su época y fue el primer rabino que estudió tratados filosóficos. Fue él quien ya en esa época expresó esta pregunta: ¿de dónde emana la actitud hipócrita y falsa de los judíos, que son judíos para lo que quieren y no para lo que deben y para lo que realmente son?
Y brindó a la misma ocho respuestas, que obedecen a otros tantos problemas por él enunciados. De una de estas respuestas, de los mitos del judaísmo es que nos ocupamos en estos renglones.

La pregunta no va para aquel que dice "yo no siento la identidad judía" sino para aquel que sí dijo "yo soy judío y ser judío consiste en esto (omitiendo otras mitzvot)".

La presión social

Cuando he interrogado a mi auditorio acerca de los motivos por los cuales ellos creen no poder cumplir con muchas de las prescripciones que hacen también a su identidad judía, el concepto de la presión social fue muy invocado. De una presión que nace también de ciertos mitos que toda sociedad -aun la más civilizada y cosmopolita- cultiva en su seno.

Sabemos que nuestra personalidad y nuestra identidad no es la misma, según que nazcamos y vivamos en una gran capital del mundo desarrollado o que lo hagamos, por ejemplo, en una poblada ciudad del Asia de los brahmanes o en una lejana aldea de Europa oriental.

La sociedad nos forma y nos da también un aspecto físico y uno espiritual, lo mismo que ciertas categorías en la forma de pensar. Cada sociedad nos deja un estigma, como un sello. Es entonces la sociedad uno de los problemas más difíciles de afrontar. Somos parte de una sociedad y no somos conscientes de los mitos que nuestra sociedad crea. O sea que nos encontramos muchas veces obedientes a ciertos criterios, o modos, o estilos de comportamiento que no son sino creencias axiomáticas.

Hay muchos mitos que los judíos adjudicamos a nuestra propia religión justamente porque la sociedad impuso ese criterio.

Milenaria Mikve
Un acabado ejemplo de los mitos sociales puede verse en las expresiones de aldeanos -alejados de la gran urbe-, dado que es gente siempre más dispuesta a manifestar su sorpresa. Un amigo mío, judío, formó parte de un tour de argentinos gentiles a España. Allí fueron a visitar una mikve, un baño ritual judío. Es importante recordar que la misma era pieza arquelogica que consistiaen un pozo que se llenaba con agua de lluvia y al que las mujeres, cuando se casan. y Cada vez que la mujer termina su rgla, para poder estar junto a su marido.
Hoy en día hay un sistema especial con un sistema muy higiénico, agradable y confortable, gracias a D"s.

Como sabemos, en la legendaria Sefarad (España) hubo vida judía por muchos siglos, antes de la expulsión en 1492. En el citado tour se les mostraba a los visitantes una mikve que tenía mil años de antigüedad, que por supuesto no se usa desde hace más de quinientos años. Se trataba de una mikve ubicado en un pequeño pueblito, un lugar muy alejado de la ciudad. Quien brindada las explicaciones del uso de la mikve era un sacerdote católico, ya que a muchos curas les interesa mantener todo lo que históricamente estaba relacionado con el judaísmo, sea libros, templos o lo que fuere..
El cura explicaba asimismo cómo las mujeres judías en épocas de la Inquisición arriesgaban sus vidas y se sumergían allí para poder cumplir con el precepto.

Cuernos en el rostro

Sucedió que cuando mencionó a los judíos, este amigo mío precisó a una de las señoras nativas del pueblo: 'Yo soy judío'. Ante esta revelación, mayúscula fue la sorpresa de la mujer -que no era del grupo del tour sino una habitante lugareña. Luego de mirarlo bien y no encontrarle ningún rasgo sobresaliente, admirada llamó a su marido ("Manuel, mira: ¡hay un judío acá!"), que tampoco salía de su asombro.

Este señor judeoargentino les preguntó por qué tanta admiración, si no habían visto nunca antes a un judío. La respuesta del sorprendido matrimonio fue que 'sí, pero nunca uno como usted'. Cuando este buen hombre les preguntó que lo diferenciaba de otros judíos, le revelaron sin ningún impudor que ellos sabían que los judíos tienen cuernos.

Aquí vemos claramente lo que es el poder de un mito. En verdad ellos no habían conocido nunca antes a alguien que les manifestara ser judíos (y por supuesto nunca vieron persona alguna que portase cuernos). Pero los mitos tienen una fuerza incontrastabe especialmente cuando se transmiten como creencias en lugares tan alejados y escasamente ilustrados.

Y bien, algo análogo -aunque por supuesto con criterios menos ridículos- acontece en la sociedad cosmopolita de las grandes ciudades de hoy.
Así, son los mitos sociales que se nos han impuesto los que nos llevan muchas veces a abandonar nuestra identidad judía en atención a cosas que nos parecen absurdas.

Los preconceptos -lo mismo que los prejuicios- que tenemos acerca de determinados acontecimientos de la vida, conducen nuestro comportamiento. Para concluir con estos mitos es necesario que nos topemos con la verdad y que ésta nos haga cambiar de opinión.

Un 'hereje' en Tortuguitas

Un caso parecido me ha tocado vivir personalmente en el almacén en Tortuguitas. El dueño -esta anécdota es de 1994-, viendo mi kipá en la cabeza, un día me preguntó con cierta consternación: "¿Usted es judío, no?" - "Sí, soy judío, soy rabino", fue mi respuesta.

Entonces me dijo: "Ustedes no creen en Jesús". - "No, para nosotros Jesús era un judío que perteneció a nuestro pueblo, que estudió incluso con rabinos pero después él formó su propia religión". Y este señor sostuvo que entonces era yo un hereje. Porque para él lo eran todos aquellos que no creen en Jesús. Insistí infructuosamente en hacerle ver que un católico y un judío profesan hoy distintas religiones, por lo que no se puede traspolar esta categoría a miembros de otra creencia.
Pero este hombre recibió la transmisión de un mito y no había cómo sacarlo de allí.

Pero los mitos acerca de los judíos o del judaísmo no sólo son abrigados por los gentiles, como en estos casos señalados. También hay mitos -menos diáfanos, más sofisticados- que portan en su inconsciente muchos judíos.
Nuestros mitos son los que muchas veces llevan a personas judías a un rechazo del judaísmo.
Podemos citar aquí dos casos bien definidos. El mismo de la mikve de la que habláramos más arriba, como el del préstamo con interés. Veámoslos.

El respeto del ciclo

En lo que hace a la mikve (la tevilá), hay mujeres judías que experimentan por esta práctica un agudo rechazo. Ya con escuchar hablar de eso, tiemblan. Argumentan 'contra el charco de agua' y que 'durante tantos días' no puedan tocar a su marido, etc. La mitzvá de la tevilá asusta a las mujeres como a sus maridos. La mujeres, en la mayoría de los casos, no quieren ni saber de qué se trata; hasta tienen miedo de averiguar qué es.
Sintéticamente, podemos decir que el judaísmo describe las prescripciones acerca del ciclo de la mujer. Cuando ésta menstrúa no puede estar en contacto sexual con su marido; después tiene que dejar pasar siete días para poder sumergirse en la mikve. Y luego de esto puede ya relacionarse íntimamente con su cónyuge.

Pero sucede que hay mujeres que piensan que sumergirse es un acto análogo al del lavado de una prenda sucia. Esto no sólo no es así, sino que el respeto de este ciclo tiene una mejor perspectiva de mantener encendida la llama pasional del matrimonio.

Y recientes investigaciones de psicólogos y sociólogos llegaron a la conclusión de que uno de los fundamentos de un matrimonio bien llevado, donde progresa y se desarrolla el amor, se da en aquellas parejas que aplican estas normas de pureza familiar. Según trabajos científicos y las conclusiones estadísticas de los mismos, realizados en tres Estados de los Estados Unidos, los matrimonios más exitosos en su vida amorosa son los que respetan este ciclo.

Y aun sin los estudios, por intuición sabemos que siempre es así. Porque tomemos como ejemplo cualquier actividad que sea agradable pero que la hagamos sin pausa, Así sea comer todos los días un sabroso postre, Llega un momento en que nos cansamos de él y lo abandonamos. Con el amor corremos también un riesgo: que la convivencia en años disminuya el deseo y aumente, en cambio, ciertos comportamientos rutinarios que concluyan en el mutuo agotamiento de los miembros de la pareja.

Psicólogos y científicos del comportamiento coinciden en que hay que recrear el deseo para poder lograr el placer. Cuando no hay deseo no hay placer.
En el matrimonio hay una rutina que puede devenir en insoportable. Y que puede originar un desgaste en la pareja. Un matrimonio, en alguna medida, es como un jardín. Así como en éste hay que atender a las plantas, en el matrimonio también debemos cultivar y regar.
Entonces, la obediencia de este ciclo, que comprende el baño ritual en la mikve es también la posibilidad de recreación del matrimonio. Hay que saber esperar los tiempos oportunos para cada una de las formas de relación entre los cónyuges.

Recrear el entusiasmo

Es importante que en el matrimonio haya una constante recreación del entusiasmo. Cosa que, un hombre después de, por ejemplo, siete años de casado tenga ganas de abrazar y besar a su esposa, al volver a su casa. La mikve logra que el hombre, aun después de treinta y cinco años de casado quiera volver a su casa para mirarla y admirarla, y disfrutar de ella. Charlando con ella, o besándola. Y que sienta siempre renovadas ansias por experimentar el amor con ella.
El período de abstinencia refuerza el deseo. No nos olvidemos que, uno valora más aquello que no posee. Y al concluir los períodos prohibitivos, se renuevan con más fuerza las ganas de estar con la mujer.

El sexo no es todo en la pareja, pero en la mayoría de las parejas con problemas de convivencia deducimos que tienen una relación sexual insatisfactoria. La que muchas veces está en la base de las discusiones y aun de los problemas educativos con los hijos.

Si conseguimos regular nuestras tentaciones físicas, también podremos adquirir un dominio sobre nuestras sensaciones espirituales. El amor espiritual y el amor físico van siempre relacionados.

Otro mito que se ha generado es aquel en el que muchos judíos no-observantes expresan que los judíos religiosos usan una sábana con un agujero en el medio para mantener relaciones sexuales con su mujer. Un disparate. En realidad, alguien hizo circular esa versión después de ver el tzizit que cuelgan los judíos observantes en Mea Shearim. Allí se ve que los talet tienen un agujero en el medio para poner la cabeza. Y el mito distorsionador les atribuyó una absurda función.

Lamentablemente, producto de estos mitos existentes, muchas de nuestras leyes -como la que prescribe el baño de la mujer judía en la mikve- han sido mitificadas por la sociedad.

Pero ahora todos comienzan a percatarse que, gracias a estas leyes siguen consolidados los matrimonios. Y como resultado de esto, sigue existiendo el pueblo judío.

Se contempla a los pobres

Otro mito que, como en el caso anterior se origina en el seno de nuestra comunidad, es el de la usura. En una ocasión me tocó conversar con una mujer judía que rechazaba el judaísmo, entre otras cosas, porque, según expresaba, 'amaba la verdad y rechazaba lo falso'. Y entre las actitudes falsas veía que había judíos que 'siempre buscaban la vuelta para salirse con la suya', como en el caso de los préstamos con usura. Y éste es otro mito, donde se confunde lo que hacen algunos judíos con lo que el judaísmo prescribe. Pero, de todos modos, en el caso citado la práctica que ella creía innoble era una creencia equívoca.
Cuando le pedí un ejemplo concreto, me dijo que siendo que el judaísmo prohibe el préstamo con usura, se las ingeniaban para por medio de un papel donde se escribe cierta fórmula, levantar la prohibición.

Tuve entonces que desmitificar aquello explicándole de qué se trata. Hasta aquí ella no había indagado demasiado y sí había juzgado. Pero con absoluto desconocimiento. El llamado 'papel' es el 'Shetar Iská'. Y en éste se explica por qué motivo se hace el préstamo. Para el judaísmo si se presta dinero a alguien que lo necesita para la subsistencia, no puede haber usura. Pero sí pueden cobrar intereses cuando se trata de, por ejemplo, un préstamo para que la persona que recibe el dinero pueda hacer una inversión en un negocio determinado. Esto es lo que aclara el 'Shetar Iská'.

¿Sabemos cuándo está prohibida la usura? No, no lo sabemos. Por eso sustituimos con un mito nuestra ignorancia. Si por ejemplo, Reubén es un hombre con esposa y seis hijos que no tiene trabajo y no puede sustentar a la familia seguramente recurre a alguien por ayuda. Y si su conocido Shimon le presta dinero, no puede de ningún modo percibir intereses. Esto es tan así como la prohibición de comer jumets en Pésaj.

Porque para el judaísmo, comerciar con este hombre es hostigar y hacer sufrir a una familia. ¡No hagas negocios y comercio con el sufrimiento de los demás! Porque de ese modo el comercio se va a convertir en que hayan pobres y necesitados que necesiten del préstamo.

Pero hay otro interés que no está prohibido y la gente no lo sabe. Si a Shimon acude Yuval que sí es un hombre afortunado pero que necesita un dinero para afrontar un nuevo negocio, entonces la usura no está proscrita.
Es en este caso en que la Torá no prohibe nada. Y en estos casos se lleva a cabo el empleo del 'Shetar Iská' por el que se especifica de qué tipo de préstamo se trata.

Cuando se lo dije a esta mujer, y le dejé en claro que los únicos préstamos con usura que se pueden hacer son aquellos para la realización de negocios, cambió totalmente su forma de mirar al judaísmo. Ella no sabía que para el judaísmo hay una usura permitida y una usura prohibida y que esto atiende, como siempre, a razones humanitarias. Un concepto equívoco, recibido una vez, pudo confundirla durante gran parte de su vida.

El mito de la caverna

Es útil también mostrar que ya Platón se ocupó de la importancia distorsionante que tienen los mitos. Él desarrolló el mito de la caverna. Para explicarlo sintéticamente: imaginemos que en una caverna vive un grupo de personas encadenadas a la tierra y están constantemente mirando hacia el fondo. Allí hay paño de tela blanco y en él se reflejan imágenes. ¿Por qué es esto? Porque detrás de los hombres que están encadenados y no pueden dar vuelta la cabeza hacia atrás, hay una fogata. Y delante de la fogata hay personas que pasan objetos delante de ella. Y la luz del fuego atraviesa las imágenes de estos objetos, reflejando la sombra en el lienzo blanco.

¿Qué ocurre? Esos hombres que están ahí encadenados, nunca vieron la realidad, siempre vieron esas imágenes. Y qué entendían ellos, por ejemplo, cuando se mencionaba la palabra 'vaso' y éste se reflejaba en el lienzo. Pensaban que la palabra era la sombra. Porque nunca vieron otra cosa en su vida: las imágenes, los reflejos y las sombras de la realidad.

Resulta que un día uno de estos encadenados es liberado y sale al mundo. Ve, entre otras cosas, lo que es en la realidad un vaso.
Al comienzo se mueve con las categorías anteriores, las del mito. Cuando le dicen "esto es un vaso", lo niega.

Así como el citado caso de la señora pueblerina que decía que los judíos tienen cuernos en la cabeza, hubo que mostrarle el vaso y demostrarle el contraste entre la realidad y las míticas sombras de la caverna.

Una vez hecho este aprendizaje, este personaje de Platón retorna a la caverna y le dice a los encadenados que lo que ellos creen que es un vaso, no es sino el reflejo o la sombra. Entonces sus antiguos compañeros le dicen que está loco. Y Platón agrega, que si vuelve a quedarse allí mucho tiempo puede llegar a olvidarse de la verdad, hasta volver a creer nuevamente que el vaso es lo que ve en el lienzo.

Salir del encierro

Así vivimos nosotros, como encerrados en una caverna y escuchando todo tipo de conceptos acerca de nuestra propia identidad y de nuestro propio judaísmo. Y cuando escuchamos el concepto lo captamos con nuestra percepción, que está distorsionada por los ocho motivos que enunció el Rabí Seadia Gaón. Cuando analiza los aspectos por los cuales nos alejamos del judaísmo, uno de ellos es el que aquí analizamos, el de la presión de los mitos de la sociedad.

Tenemos que tratar de descubrir la verdad. Para ello es necesario salir del encierro de la caverna e indagar. Si somos judíos y sabemos que existen 613 preceptos y un sinfin de normas que nos hacen ser judíos, por lo menos indaguemos. Preguntemos qué es y no nos dejemos llevar por nuestra comodidad, por nuestra ambición o por los mitos. Son excusas que no nos servirán de nada.

No desaprovechemos el tiempo. Si somos judíos, el judaísmo tiene por lo menos derecho a que sea analizado y descubierto con nuestros propios ojos. Indaguemos, preguntemos y conozcamos más sobre nosotros mismos antes de decidir alejarse del judaísmo. Entonces lo más probable es que encontremos las razones para manifestar con orgullo nuestra identidad judía.

El Templo de Jerusalem