La circuncisión¿Un rito de pasaje o un símbolo de identidad?

La práctica de cortar circularmente el prepucio del pene no es particular del pueblo de Israel. Según los datos etnográficos e históricos, hay testimonios de esta costumbre entre los pueblos africanos, malayo-polinesios y semíticos-hamíticos. De acuerdo a lo afirmado por el filósofo de la religión, el holandés G. van der Leeuw (1890-1950), la circuncisión es ``un rite de passage'', que simboliza tanto el nacimiento como la muerte. Esta práctica es una mutilación que, como en el caso del tatuaje, la limadura de los dientes o la perforación del himen de las doncellas, la practican los hombres a los efectos de dar poder o de renovarlo. Según sus palabras, la mayor parte de estas mutilaciones no se presentan sólo en los llamados ritos de la pubertad, sino también en las bodas, el luto y otros. Toda la vida sólo se entiende precisamente como crisis del poder”(Fenomenología de la Religión [México: Fondo de Cultura Económica, 1964] p. 187). Más específicamente, el rito de la circuncisión está asociado con la maduración sexual y social del joven al entrar en la pubertad. La literatura etnográfica, como el caso de los pueblos africanos, nos enseña que hay cuatro temas combinados en esta costumbre: la fertilidad, la virilidad, la madurez y la genealogía. Según la feliz definición de H. Eilberg-Schwartz, ``el pene es lo que convierte al joven en varón, en adulto, en padre y en continuador del linaje''. Uno podría resumir esto diciendo que ``uno debe tener un miembro para ser miembro''” (The Savage in Judaism [Bloomington and Indianapolis: Indiana University Press, 1990] p. 145; traducción mía). En el Antiguo Oriente la práctica de la circuncisión estaba ampliamente difundida. Según lo afirmado por el afamado historiador griego Heródoto de Halicarnaso (siglo V a.e.c.), el origen de la práctica habría tenido lugar en Egipto: las únicas naciones del globo que desde su origen se circuncidan son los colcos, egipcios y etíopes, puesto que los fenicios y sirios de Palestina confiesan haber aprendido de Egipto el uso de la circuncisión. [...] No sabría, empero, definir entre los egipcios y etíopes, cuál de los dos pueblos haya tomado esta costumbre del otro, viéndola en ambos muy antigua y de tiempo inmemorial. Descubro, no obstante, un indicio para mí muy notable, que me inclina a pensar que los etíopes la tomaron de los egipcios...” (II, 104; en: Los nueve libros de la Historia [Barcelona: Iberia, 1976] I, p. 139). Sin embargo, a la luz de los datos arqueológicos (se hallaron representaciones de guerreros sirios circuncisos en Siria y Egipto que datan de los comienzos del tercer milenio a.e.c.), los investigadores modernos afirman que este ritual se habría originado entre los semitas nord-occidentales, para luego ser adoptado por egipcios y hebreos. En el antiguo Israel la circuncisión era un rito de fertilidad o de esponsales. Un ejemplo en este sentido es la exigencia de los hijos de Jacob a los siquemitas, en ocasión de solicitar la mano de Dina después de que ésta fuera raptada y violada (Génesis 34:1-5): ``No podemos hacer tal cosa: dar nuestra hermana a uno que es incircunciso, porque eso es una vergüenza para nosotros. Tan sólo os la daremos a condición de que os hagáis como nosotros, circuncidándose todos vuestros varones''” (vv. 14-15). Asimismo, esta práctica habría tenido también un sentido apotropaico, destinado a aventar el mal. Una prueba de este concepto aparece en el relato oscuro sobre la circuncisión del hijo de Moisés: ``Y sucedió que en el camino le salió al encuentro Yahveh en el lugar donde pasaba la noche y quiso darle muerte. Tomó entonces Seforá un cuchillo de pedernal y, cortando el prepucio de su hijo, tocó los pies de Moisés, diciendo: Tú eres para mí esposo de sangre. Y Yahveh le soltó; ella había dicho: esposo de sangre, por la circuncisión''” (Éxodo 4:24-26). (Nota: Algunos autores afirman que esta historia misteriosa estaría relacionada con su contexto literario inmediato, a saber: el anuncio de la muerte de los primogénitos en Egipto [vv. 22-23]. De acuerdo a esta interpretación, pues, la salvación del hijo de Moisés por medio de la sangre de la circuncisión insinuaría la futura salvación de los primogénitos de Israel por medio de la sangre en las jambas y dinteles de sus casas [12:1-14].) Pero sin duda el texto emblemático sobre la circuncisión se halla presente en el libro del Génesis, cuando este ritual se convierte en señal (ot) del establecimiento de la alianza (brit) entre Yahveh y el padre de Israel: ``Dijo Dios a Abraham: Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Esta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también tu posteridad-: todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado con dinero a cualquier extraño que no sea de tu raza. [...] El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza''” (17:9-14. Ver también Levítico 12:3). Inspirada en el antiguo ritual asociado con la fertilidad y la progenie, la práctica de la circuncisión prescrita aquí ya no tiene un significado mágico, sino un mensaje teológico profundo: ``Dios es el que concede la fertilidad y la multiplicación de la familia: Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos [...] Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti''” (vv. 4-6). (Nota: Además de su aspecto físico, el término circuncisión” es usado en la Biblia en un sentido metafórico, como ser: incircuncisos de corazón [Jeremías 9:25]; su oído es incircunciso” [idem 6:10]; incircunciso de labios” [Éxodo 6:12]. En todos estos casos, el uso de estas expresiones indica algún tipo de incapacidad.) Según algunos biblistas, este relato habría sido compuesto por un autor sacerdotal durante la época del exilio babilónico (siglo VI a.e.c.), con el propósito de identificar los límites sociales y religiosos entre los israelitas y los babilonios incircuncisos, y de esta manera evitar su asimilación. (Nota: Aunque muchos de los pueblos que rodeaban a Israel practicaban la circuncisión [Jeremías 9:25-26], esta práctica era considerada por los antiguos hebreos un componente esencial de su identidad nacional [por ejemplo, sólo los circuncisos podían comer del cordero pascual. Cf. Éxodo 12:43-49; Josué 5:2-12]. De aquí, entonces, el tradicional motivo bíblico de oponer los israelitas circuncisos a los filisteos incircuncisos [Jueces 14:3; 15:18; 1 Samuel 14.6; 17:26; etc.]). Sin embargo, otros afirman que el interés sacerdotal por la circuncisión se habría debido también a razones intra-grupales, a saber: la necesidad del sacerdocio de definir los límites de su comunidad en términos de descendencia patrilineal y continuidad inter-generacional. (Sobre este tema, ver el análisis pormenorizado e iluminador de Eilberg-Schwartz, The Savage in Judaism, págs. 141-176). Con la llegada de los griegos y romanos al Oriente, el rito de la circuncisión pasó a ser un demarcador de límites culturales. Debido a la importancia que la cultura pagana le concedía al cuerpo en general y a la desnudez en particular, la práctica de quitar el prepucio, o simplemente el de tener al descubierto el glande o cabeza del pene, les provocaba a los griegos y romanos una verdadera repugnancia, convirtiéndose en objeto de burla y horror (Marcial, Epigramas, 7.35, 82). (Nota: Las críticas paganas contra la circuncisión obligaron a los judíos a elaborar respuestas de corte apologético para justificar la práctica ancestral. Un ejemplo en este sentido lo encontramos en los escritos del filósofo judío Filón de Alejandría [circa 20 a.e.c. - circa 50 e.c.]. Para detalles, ver su obra: Sobre las leyes particulares I, 1-11). Como consecuencia de ello, entonces, en círculos de judíos helenizados comenzaron a disimular la circuncisión por medio de técnicas diversas, con el propósito de poder disfrutar de los baños romanos o participar en los ejercicios atléticos, y así, en palabras de Flavio Josefo, ``aun con el cuerpo desnudo parecieron griegos''” (Josefo, Antigüedades Judías, XII, v, 1; en: Obras Completas de Flavio Josefo [Buenos Aires: Acervo Cultural/Editores, 1961] II, p. 289). Una de ellas fue una operación destinada a restaurar el prepucio original (epispasmo) (1 Macabeos 1:14-15). Otra técnica fue asegurar que el prepucio quedara fijo por medio del uso de un anillo o alfiler (fibula), y de esta manera no permitir que el glande estuviera al descubierto (en latín, infibulatio). Como es lógico suponer, esta actitud de los helenizantes provocó una contra-reacción entre los judíos piadosos. Un ejemplo de ello lo encontramos en el libro apócrifo de los Jubileos (una obra compuesta originalmente en hebreo para mediados del siglo II a.e.c.), cuando su autor anónimo (probablemente, de origen sacerdotal) criticaba vehementemente a los filo-helenos diciendo: ``Ahora te diré que los hijos de Israel renegarán de esta norma y sus hijos no se circuncidarán según esta ley. Dejarán parte de la carne de la circuncisión al circuncidar a sus hijos, y los hijos de Beliar dejarán a sus hijos sin circuncidar, como nacieron. Gran cólera del Señor habrá contra los hijos de Israel, porque dejaron su alianza y se apartaron de su mandato. Le han irritado, han blasfemado contra él al no cumplir la norma de esta señal, pues se hicieron como gentiles; dignos de ser apartados y desarraigados de la tierra. No tendrán, pues, perdón ni remisión de este pecado y error eternamente''” (15:33-34; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1983] págs. 120-121). En respuesta a esta actitud de desdén, el autor de Jubileos desarrolló una concepción original de este ritual, según el cual Dios le habría ordenado a Abraham practicar la circuncisión para alejar a los israelitas del mal y concederles una condición cuasi-angelical: ``Todo nacido a quien no se corte la carne del miembro en el octavo día no será hijo de la ley que el Señor pactó con Abraham, sino hijo de corrupción; en él no estará la señal de pertenencia al Señor. Está destinado a la ruina y a desaparecer de la tierra y a ser desarraigado de ella, pues habrá violado la alianza con el Señor. Todos los ángeles de la faz y todos los ángeles santos tienen esta naturaleza desde el día de su creación; a la vista de los ángeles de la faz y de los ángeles santos santificó a Israel para que estuviera con él y con sus santos ángeles''” (vv. 26-27. Ver también, Documento de Damasco 16.4-6). Esta polémica entre griegos, judíos helenizados e israelitas piadosos llegó a su momento más crítico en época del rey griego Antíoco Epifanes IV (175-164 a.e.c.), cuando proclamó en su edicto anti judío, entre otras cosas, ``dejar a sus hijos incircuncisos''” (1 Macabeos 1:48). Sin embargo, los judíos hicieron caso omiso de esta prohibición, hasta el punto de dar sus vidas por este mandamiento: A las mujeres que hacían circuncidar a sus hijos las llevaban a la muerte, conforme al edicto, con sus criaturas colgadas al cuello. La misma suerte corrían sus familiares y los que habían efectuado la circuncisión” (idem 1:60-61. Cf. también 2 Macabeos 6:10). (Nota: Años más tarde, la práctica de la circuncisión habría de ser nuevamente prohibida por el emperador romano Adriano, precipitando o respondiendo a la revuelta de Bar Kojva [132-135 e.c.]). Ya en época de los Macabeos (140-63 a.e.c.), la circuncisión pasó a ser un signo distintivo de pureza y de judeidad. Una prueba en este sentido lo refleja la política hasmonea, según la cual los extranjeros residentes en territorios liberados debían circuncidarse si querían seguir viviendo en ellos. Según lo cuenta Josefo: ``Hircano se apoderó de las poblaciones de Idumea, Adora y Marisa, y sometió a todos los idumeos, a los cuales les permitió que se quedaran en su país, con tal que se circuncidaran y observaran las leyes de los judíos. Por amor a su país se circuncidaron y adoptaron las leyes de los judíos''” (Antigüedades Judías XIII, ix, 1. Ver también idem XIII, ix, 3 [Aristóbulo]). Así también, la circuncisión se transformó en una condición necesaria para la conversión de prosélitos al judaísmo. Como lo testimonia el libro apócrifo de Judit: ``Ajior (un amonita. A.R.), por su parte, viendo todo cuanto había hecho el Dios de Israel, creyó en él firmemente, se hizo circuncidar y quedó anexiado para siempre a la casa de Israel''” (14:10. Ver también, Josefo, Antigüedades Judías XX, ii, iv). Con el surgimiento del movimiento cristiano, el tema de la circuncisión se tornó en un tema de agrias disputas entre sus miembros. Algunos argumentaron que la circuncisión era necesaria como medio de obtener la salvación: ``Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros''” (Hechos de los Apóstoles 15:1). Otros, como en el caso de Pablo y sus seguidores, afirmaban que la práctica ancestral se había vuelto irrelevante desde la venida del Cristo: Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad''” (Gálatas 5:6); ``¿Acaso Dios lo es únicamente de los judíos y no también de los gentiles? ¡Sí, por cierto! También de los gentiles; porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de la fe''” (Romanos 3:29-30). Con el pasar del tiempo, la necesidad de explicar el sentido de la circuncisión no desapareció. Todavía en la época medieval, el filósofo judeo-español Maimónides (1135-1204) buscaba argumentos para justificar la práctica ancestral, aduciendo dos causas fundamentales. La primera era de carácter moral, viendo la práctica como destinada a atenuar la concupiscencia y la voluptuosidad: ``es minorar la cohabitación y mitigar el órgano, a fin de restringir su acción dejándolo en reposo lo más posible''” (Guía de los Perplejos III, 49; en: Maimónides, Guía de Perplejos [edición preparada por D. Gonzalo Maeso; Madrid: Editora Nacional, 1983] p. 540). Y la segunda razón, aún más importante, era la sociológica: hace a los que profesan la idea de la unidad de Dios que se distingan por un mismo signo corporal, impreso en todos, de manera que quien no esté integrado entre ellos no puede, por su calidad de foráneo, pretender incorporarse [...] ``Notorio es cómo los hombres se estiman y ayudan mutuamente cuando tienen todos una misma marca distintiva, que para ellos viene a ser una especie de alianza y pacto. De igual manera es una alianza pactada por Abraham nuestro padre para la creencia en la unidad de Dios, de manera que todos aquellos que se circuncidan son los únicos incorporados a la alianza abrahámica, en virtud de la cual se adquiere el compromiso de creer en la unidad...''” (idem; págs. 540-541). Desde entonces y hasta nuestros días, a pesar del proceso de secularización sufrido por el pueblo de Israel, la inmensa mayoría de los judíos ha optado por mantener incólume la práctica ancestral de la circuncisión, afirmando por media de la misma su identidad religiosa y nacional.

La sabiduría de José



El patriarca José es presentado en la narración bíblica como un sabio dotado de cualidades intelectuales excepcionales. Su capacidad le permitió interpretar intrincados sueños (Génesis 40; 41:1-32), como así también administrar el país en épocas de crisis (47:13-26). Según las elogiosas palabras del gobernante egipcio: ``...y dijo Faraón a sus servidores: `¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios?' Y dijo Faraón a José: `Después de haberte dado a conocer Dios todo esto, no hay entendido ni sabio como tú...''' (41:37-49).
Como lo demostró hace unos años atrás el teológo alemán Gerhard von Rad (1901-1971), la historia de José refleja los ideales más excelsos de la antigua hokma o sabiduría, a saber: la longanimidad (cf. Proverbios 14:29; 15:18), el olvido de las ofensas (cf. Proverbios 24:29; 10:12) y la humildad (cf. Proverbios 15:33; 22:4]). A su juicio, estos elementos sapienciales habrían tenido como origen la literatura egipcia: ``No que en su forma actual aproximada fuera solamente una narración egipcia (es evidente que fue contada por alguien que no era egipcio y para gentes que no eran egipcias), pero sí hay que suponer ciertamente que estímulos literarios, modelos, e incluso materiales literarios directos, de Egipto, intervinieron en el nacimiento de la historia de José'' (``La historia de José y la antigua hokma'', en: Estudios sobre el Antiguo Testamento [Salamanca: Ediciones Sígueme, 1976] p. 262).
La sabiduría de José fue uno de los temas preferidos por la exégesis judía antigua. Según lo afirmaba el historiador Flavio Josefo (segunda mitad del siglo I e.c.): ``Jacob alcanzó una felicidad tan grande que difícilmente algún otro hombre la habrá igualado. Era el más rico de los habitantes de su tierra, y fue envidiado y admirado además porque tenía hijos virtuosos, sin defectos, laboriosos y aptos y de aguda inteligencia [...] José, hijo de Raquel, era al que más amaba de todos sus hijos, por la belleza de su cuerpo y las virtudes de su alma (porque era superior a todos en sabiduría)'' (Antigüedades Judías II, ii, 1; en: Obras Completas de Flavio Josefo [Buenos Aires: Acervo Cultural/Editores, 1961; I, p. 124). Sin embargo, esta sabiduría no era considerada ``natural'' en términos antropológicos, sino en los marcos de una perspectiva teocéntrica, los rabinos la veían como el resultado de la elección divina: ``R. Pinjás decía: El Espíritu Santo estuvo habitando sobre José desde su juventud hasta el día de su muerte, y lo fue guiando con palabras de sabiduría como el pastor guía su rebaño, según está dicho: Pastor de Israel, escucha, tú que guias a José como a un rebaño [Salmos 80:2]'' (Los capítulos de Rabbí Eliezer [Institución S. Jerónimo para la investigación bíblica: Valencia, 1984] p. 276).
Una de las virtudes más elogiadas en la literatura sapiencial antigua era la capacidad del sabio de no caer en las redes tendidas por la ``mujer extraña'': ``No hagas caso de la mujer perversa, pues miel destilan los labios de la extraña, su paladar es más suave que el aceite; pero al fin es amarga como el ajenjo, mordaz como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte, sus pasos se dirigen al seol. Por no seguir la senda de la vida, se desvía por sus vericuetos sin saberlo'' (Proverbios 5:2-6). Y por ende no sorprende, que una de las historias de José aluda precisamente a este tema tan popular de la sabiduría milenaria.
La castidad de José
Según nos cuenta el Pentateuco, José supo resistir los intentos de seducción por parte de la esposa de Putifar, evitando así que el adulterio lo llevara a la corrupción moral: ``...sucedió que la mujer de su señor se fijó en José y le dijo: Acuéstate conmigo. Pero él rehusó y dijo a la mujer de su señor: He aquí que mi señor no me controla nada de lo que hay en su casa, y todo cuanto tiene me lo ha confiado. ¿No es él mayor que yo en esta casa? Y sin embargo, no me ha vedado absolutamente nada más que a ti misma, por cuanto eres su mujer. ¿Cómo entonces voy a hacer este mal tan grande, pecando contra Dios? Ella insistía en hablar a José días tras día, pero él no accedió a acostarse y estar con ella. Hasta que cierto día entró él en la casa para hacer su trabajo y coincidió que no había ninguno de casa allí dentro. Entonces ella le asió de la ropa diciéndole: Acuéstate conmigo. Pero él, dejándole su ropa en la mano, salió huyendo afuera'' (vv. 7-12). (Nota: Es un hecho sabido que la historia de José y la seductora se parece notablemente al ``cuento de los dos hermanos'' proveniente de Egipto. Incluso, no cabría descartar la posibilidad cierta de que el mismo haya inspirado directa o indirectamente el episodio relatado en el Génesis. Para el cuento, ver César Vidal Manzanares, Cuentos del antiguo Egipto [Barcelona: Ediciones Martínez Roca, S. A.: 1998] págs. 126-139).
Esta acción piadosa de José fue considerada por los intérpretes antiguos el episodio más importante de la vida del patriarca, destacando su remarcable capacidad de autocontrol sexual: ``Por eso alabamos al virtuoso José: porque venció la concupiscencia con su raciocinio. A pesar de su juventud y de poseer plena capacidad para la unión carnal, reprimió con la razón el aguijón de sus pasiones. Pero la razón vence el impulso no sólo del deseo carnal, sino de cualquier otro deseo'' (IV Macabeos 2:2-4; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982] III, p. 140).
Esta fascinación de los judíos por el recato sexual de José llevó a los exégetas de antaño a re-escribir la historia original, ampliando y dramatizando la misma a la usanza helenística. Un ejemplo en este sentido es la versión presente en la obra apócrifa llamada Testamento de José. (Nota: Este libro forma parte de una composición extra-canónica judía llamada Testamentos de los XII Patriarcas, compuesta en griego, probablemente en Egipto [¿Alejandría?], en el siglo II a.e.c. Para el texto, ver Apócrifos del Antiguo Testamento [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987] V, págs. 137-150).
Según este libro, José le contaba a sus hijos y hermanos en su lecho de muerte las peripecias sufridas en la casa de Putifar: ``¡Cuántas veces me amenazó la egipcia con la muerte! ¡Cuántas veces, tras haberme castigado, me llamó a su lado y me cubrió de amenazas porque no quería yacer con ella! [...] Pero yo me acordaba de las palabras de mi padre Jacob y, encerrado en mi cámara, elevaba mis plegarias al Señor. Ayuné durante aquellos siete años, aunque aparecía ante los egipcios como quien vive entre delicias, porque los que ayunan por el Señor reciben una faz agraciada'' (3:1-4).
De acuerdo a esta nueva versión de los hechos, la insistencia de la mujer no sabía de límites hasta el punto de sugerir el asesinato de su propio marido: ``Otra vez me habló así: `Si no quieres cometer adulterio, yo mataré al egipcio y así te tomaré legalmente como marido'. Cuando oí sus palabras, desgarré mis vestiduras y respondí: `Mujer, teme al Señor y no pongas por obra esa malvada acción, no sea que perezcas. Mira que voy a descubrir a todos tu impío propósito. Llena de temor, me pidió que no contara a nadie su maldad' (5:1-3). Sin embargo, la seducción de la mujer no cedió, sino por el contrario, se convirtió en un verdadero acoso sexual: ``Cuando yo estaba en su casa, ella descubría sus brazos, su pecho y las piernas para que yaciera con ella. Era muy hermosa y se adornaba con esmero para seducirme...'' (9:5).
Y así llegamos a la escena cumbre del relato: ``Os aseguro, hijos míos, que era aproximadamente las tres de la tarde cuando ella salió de mi presencia. Entonces doblé mis rodillas ante el Señor toda aquella tarde y continué durante la noche. Me levanté por la mañana derramando lágrimas y suplicando mi liberación de la egipcia. Pero, al final, ella me tomó por mis vestidos y me arrastró por la fuerza al lecho. Cuando vi que en su locura agarraba con fuerza mis vestidos, hui desnudo. Ella me calumnió y el egipcio me envió al calabozo en su propia casa. Al día siguiente ordenó flagelarme y me envió a la cárcel del Faraón'' (8:1-4). Pero aún estando en la cárcel, José se vió sometido a las incesantes solicitudes de la egipcia: ``Muchas veces me envió un mensajero con estas palabras: `Ten a bien cumplir mi deseo y te libraré de tus ligaduras y te sacaré de esas tinieblas. Mas ni siquiera con el pensamiento cedía ante ella, pues Dios prefiere a un varón continente que ayuna en una lóbrega mazmorra a otro que vive disolutamente entre delicias en las cámaras reales'' (9:1-2). (Nota: A diferencia de esta tradición, otros textos sugieren que José estuvo a punto de ceder a la tentación, y que a último momento ``vio la imagen de su padre y se echó atrás y consiguió dominar su pasión'' [Los capítulos de Rabbi Eliezer [Valencia, 1984] p. 277. Otro testimonio de este mismo tema se halla presente en el Corán: ``Ella lo deseaba y él la deseó. De no haber sido iluminado por su Señor... Fue así para que apartáramos de él el mal y la vergüenza. Era uno de Nuestros siervos escogidos'' (Sura 12, 24; en: El Corán [Madrid: Editora Nacional, 1979] p. 301).
El ascetismo judío en la época greco-romana
Esta nueva versión de la historia de José culmina con una moraleja, a saber: las bondades de la castidad: ``Ved ahora, hijos míos, qué cosas obran la paciencia y la plegaria unidas al ayuno. Si os esforzáis en ser castos y puros con paciencia y humildad de corazón, el Señor habitará en vosotros, ya que ama la castidad.

El Templo de Jerusalem