El valor de la Caridad


El valor de la Caridad

Rabí Meír tenía por costumbre no retirarse del Bet Hakeneset (de la sinagoga) hasta transcurridas 4 horas después de Tefilat Shajarit (rezo matutino).
Cierta vez, salió inmediatamente después de la Tefilá, lo cual le extrañó mucho y le resultaba inexplicable.
"¿Por qué este día es distinto a los demás?", se preguntaba, "¿Por qué salí más temprano que todos los días? ¿Querrá Hashem (El Santo Nombre) realizar hoy un milagro por mi intermedio?".
Mientras así reflexionaba, observó el encuentro de dos víboras, y como una le decía a la otra: "¿a dónde vas?". La otra le contesta: "Dios me envió a que mate a Iehudá de Anatot, a su esposa y a toda su familia". Vuelve a preguntar la primera: "¿Por qué?", "Porque en toda su vida no dio tsedaká (caridad) de su fortuna", esa fue la respuesta.
Al oír esto, Rabí Meír se dirigió a la casa de Rabí Iehudá. En el camino encontró un arroyo. Allí estaba la víbora aprestándose a cruzarlo para dirigirse a la casa de Rabí Iehudá. Rabí Meír le ordenó a la víbora no cruzarlo sin su permiso. Luego Rabí Meír se presentó en la casa de Rabí
Iehudá con el rostro algo cubierto para no ser reconocido. Ya era de noche y Rabí Iehudá con su familia se sentaban a la mesa a cenar. Rabí Meír se acercó y tomó asiento junto a ellos.
Los hijos de Rabí Iehudá comenzaron a protestar, y querían echar al desconocido.
Pero Rabí Meír dijo: "No me moveré hasta que me hayan dado de comer, estoy hambriento". Le dieron entonces de comer y beber. Luego Rabí Meír tomó un pan de la mesa, se lo dio a Rabí Iehudá y le dijo: "Toma este pan y dámelo a mí diciendo: Llévalo en calidad de Tsedaká". Rabí Iehudá se enojó y exclamó: "¿No te basta haber comido en mi casa hasta el hartazgo y quieres más?". Entonces Rabí Meír agitó su mano y apagó las velas que estaban sobre la mesa y al mismo tiempo descubrió su rostro y la casa se iluminó con la luz que él emanaba.
De inmediato reconocieron a Rabí Meír. Cayeron a sus pies pidiéndole perdón. Rabí Iehudá tomó el pan y dándoselo a Rabí Meír, dijo: "Llévatelo, por caridad".
Entonces dijo Rabí Meír: "Envía a tu esposa y tus hijos a otra casa a pasar la noche de hoy".
Así lo dispuso Rabí Iehudá, y en la casa solo quedaron él y Rabí Meír.
Después de transcurridas dos horas, dejó Rabí Meír sin efecto la orden dada a la víbora, la cual cruzó el arroyo y llegó a la casa de Rabí Iehudá. Rabí Meír salió por un minuto de la habitación y prestamente se introdujo la víbora en ella para abalanzarse sobre Rabí Iehudá. En ese instante volvió Rabí Meír y encontró a la víbora, a la que le preguntó: "¿Qué haces aquí?".
Ésta le contestó: "Dios me mandó matar a Rabí Iehudá y su familia", "¿Por qué?", inquirió el Tzadik. "porque nunca en su vida practicó la caridad", fue la respuesta. Entonces Rabí Meír le dijo: "Pero si recién, hoy mismo, me dio de comer pan y beber vino, y también me dio un pan para el camino, ¡Sal de la casa, porque no tienes derecho a hacerle daño alguno!". Rabí Meír echó a la víbora de la casa y cerrando la puerta, le dijo a Rabí Iehudá: "Cuídate de abrir la puerta hasta mañana".
Después de una hora, oye Rabí Iehudá la voz de su esposa que lo llamaba desde afuera sollozando: "¡Ábreme esposo mío la puerta, que estoy pasando la noche en la calle, a la intemperie, y el frío me cuela los huesos!". Pero Rabí Meír previene a Rabí Iehudá: "No abras la puerta, que no es tu esposa la que está afuera y te llama". Y Rabí Iehudá volvió a escuchar una voz que desde afuera lo llamaba, y la voz era de su hijo mayor: "Ábreme, papá, no tengo donde pasar la noche, anduve dando vueltas por el campo, en la oscuridad de la noche, y tengo miedo que los animales salvajes me hagan daño". Rabí Iehudá estaba fuera de sí, su corazón sufre de compasión y preocupación. Pero Rabí Meír lo tranquiliza: "No hagas caso a los llamados, no son de tu hijo, anda a acostarte, y no abras la puerta".
Así transcurrió la noche, entre sucesivos llamados, a veces un hijo, a veces una hija, con llantos que llegaban al alma, conmovedores, e insoportables para un hombre que sufría pensando en su familia. Pero la orden firme e inconmovible de Rabí Meír de no abrir la puerta, ayudó a Rabí Iehudá a resistir las difíciles pruebas, y la puerta no fue abierta hasta la mañana siguiente.
Cuando la víbora comprobó que todas sus trampas no surtieron efecto, y no podía llevar a cabo su misión, se revolcó con fuerza al suelo, exclamó: "¡Ay, arriba sentencian, y los de abajo anulan la sentencia!". Se arrojó con tal fuerza al suelo, que del golpe murió.
A la mañana volvieron la esposa y los hijos de Rabí Iehudá a casa, y Rabí Meír le dijo: "Pregúntales si te llamaron durante la noche". "En toda la noche no hemos salido de nuestro albergue", respondieron.
Entonces le vuelve a decir Rabí Meír: "Ven que te mostraré quién te llamó durante la noche".
Salieron y en el umbral de la puerta encontraron la víbora muerta.
Enseguida alabaron y agradecieron a Dios por Su misericordia, y Rabí Iehudá exclamó: "¡Alabado sea Dios que me otorgó un milagro!".
Agradeció muchísimo a Rabí Meír por haberles salvado de una muerte segura y terrible, y juró que de ese día en adelante, ningún pobre se iría de su casa sin ser socorrido.
En mérito de la Tsedaká, seremos protegidos de todo mal. Amén.

El Templo de Jerusalem